Es
habitual escuchar decir que la familia es la célula base del cuerpo social, y
esto en líneas generales es cierto, por lo menos para las sociedades modernas
occidentales.
En estas
sociedades la familia adoptó un modo de funcionamiento llamado patriarcado.
¿Qué es
el patriarcado? Es la autoridad, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos
en la unidad familiar, impuesta desde las instituciones. En esta definición
debe hacerse hincapié en los conceptos “impuesta” e “instituciones”, para
entender de qué manera se establece y sostiene el patriarcado y desde qué lugar
se lo alimenta.
La
autoridad patriarcal, entonces, no se manifiesta pasivamente, sino que está
marcada por la dominación e incluso hasta por la violencia.
La
palabra instituciones debe entenderse como Estado, leyes, normas culturales,
educación, religión, empresas, etc. Son estas instituciones las que imponen el
patriarcado familiar.
Pero para
que esa imposición se produzca el patriarcado debe dominar toda la organización
de la sociedad no solo al interior de la familia sino también desde la
producción y el consumo hasta la política, el derecho y la cultura.
Esto
significa que la familia patriarcal no es un fenómeno aislado, sino que
necesariamente debe formar parte de una tendencia similar en el conjunto
social, es decir, que la autoridad del hombre se manifieste en el ámbito
laboral, en los espacios políticos, en las legislaciones y en las expresiones
culturales. La familia ha sido una de las instituciones básicas de la sociedad
normativa y disciplinaria.
Si el
patriarcado es parte de la sociedad moderna, es importante identificar también
el rol fundamental que juega en el sistema capitalista, a partir de la
participación masiva del hombre en el sistema productivo.
El viejo
paradigma requería, en base a su interés productivo, trazar la línea que separa
al sexo “correcto” del “perverso”. La razón era que una eventual caída de la
demanda de energía sexual producto de una liberación de las prácticas sexuales
afectaría las tareas al servicio del modelo de producción, disciplinario,
rutinario y funcional de una sociedad de productores.
Por eso
la mujer del viejo paradigma se encuentra sometida a un doble sistema de
explotación, capitalista de producción industrial por un lado y patriarcado
familiar por el otro, ya que padecen tanto las injusticias de uno como de otro.
Por ello,
esta sociedad patriarcal dominada por los hombres, se pondría en
cuestionamiento si su núcleo, la familia patriarcal entrara en crisis. Y eso es
lo que está sucediendo.
Nuestra
cultura dejó de ser la de la “sociedad del padre”, con todo lo que ello implica
en materia de jerarquía, norma y autoridad, para transformarse en la “sociedad
de los hermanos” caracterizado por cierto espíritu de anarquía, anomia social,
horizontalidad y diversidad de gustos.
En el fin
del milenio los factores integrados del cambio de las modalidades de trabajo y
la conciencia creciente de las mujeres por su condición están provocando esta
transformación que se reflejará en una mejora evidente y sostenida de sus
derechos.
La mujer
se ha incorporado masivamente al mercado de trabajo aumentando con ello su
poder de negociación frente al hombre debilitando su rol de proveedor dentro de
la familia.
Los
movimientos feministas han alcanzado al fin de siglo un alto grado de presencia
activa, y bien podríamos coincidir con M. Castells cuando afirma que en el
último cuarto de siglo el mundo ha presenciado “una insurrección masiva de las
mujeres contra su opresión en todo el mundo”.
Hoy en
día en una cantidad creciente de países van alcanzado las mujeres igualdad ante
los hombres, con iguales derechos y control sobre sus vidas y sus cuerpos.
Aunque esto no significa que el sistema de opresión, de inequidad y hasta de
violencia haya desaparecido.
A esto
hay que sumarle la decadencia de la categoría de productor del hombre actual
que ha sido sustituida por la más trascendente de consumidor, dado lo cual ya
no interesa ordenar drásticamente el uso de energía sexual para sublimar su
excedente en la línea de montaje industrial, esa energía ya puede ser liberada
a su propia voluntad y libre expresión, ampliando los anhelos que conducen al
consumo.
El siglo
XXI quiere hombres y mujeres que canalicen sus energías en busca de la
satisfacción y el placer, esencialmente a través del consumo; ya no sublimar
esas energías en el trabajo.
Ante la
ruptura del monopolio de la provisión económica del varón, en el interior de la
familia se va creando lo que Gilles Lipovetsky llama “la negociación
permanente”, fundamento de la pareja igualitaria de nuestro tiempo que
reemplaza al matrimonio patriarcal de decisiones masculinas imperativas.
Debe
quedar claro que este cambio operado en la familia a partir de la
transformación del rol de la mujer constituye una revolución irreversible que
sacude la misma raíz de la sociedad. Y es irreversible porque ya no es posible
hacer retornar a más de la mitad de la población mundial a su lugar de sumisión
que tenía reservado antes del cambio.
Claro que
apenas ha comenzado esta transformación y hay mucho camino por recorrer para
reducir la desigualdad laboral, la discriminación legal, violencia
interpersonal y el maltrato psicológico, debido a la resistencia masculina a
ver reducidos sus espacios de poder.
Pero esta
revolución silenciosa e imperceptible no parece ser una revolución suave, ya
que a su paso van quedando víctimas.
Si la
familia patriarcal se desmorona, también lo hace el sistema patriarcal, y los
defensores del patriarcado lucharán por detener el cambio, como se observa en
algunos de los movimientos sociales conservadores y fundamentalistas que
aparecen en países desarrollados y no desarrollados del mundo, reaccionando
contra avances legales que cristalicen las nuevas opciones de género, como las
uniones civiles, o habiliten mayores derechos individuales a las mujeres.
Podríamos
resumir la cuestión a partir de una pregunta: ¿por qué ahora se debilita el
patriarcado y no antes?
La
respuesta es una combinación de seis elementos:
1) El
deslizamiento de la economía hacia el sector servicio y la consecuente apertura
del mercado laboral, siendo los servicios una actividad especialmente reservada
para la mujer trabajadora.
2) La
transformación tecnológica de la biología, la farmacología y la medicina que
permite un control creciente sobre los embarazos y la planificación familiar.
3) La
fuerte presencia de un movimiento feminista ya maduro que supo resolver sus
contradicciones más profundas en el curso del viejo paradigma industrial
avanzado.
4) La
capacidad de las redes de comunicación globales para permitir el flujo de ideas
en una cultura mundializada, haciendo conocer las novedades del nuevo
pensamiento y creando conciencia en las mujeres en todo el planeta.
5) La
aparición de un mercado omnipresente que reclama de cada persona (hombre o
mujer) una conducta autónoma como consumidor.
6) La
construcción de un nuevo varón, en adaptación a su nuevo rol.
Este
nuevo modelo que se centra en la figura de la mujer sobre la estructura
patriarcal ha llegado incluso a poner en cuestionamiento las relaciones de
género, poniendo en entredicho la heterosexualidad como norma.
La conflictividad
de la relación familiar entre hombres y mujeres abrió un espacio para que
hombres gays y mujeres lesbianas exploraran otras formas de relaciones
interpersonales, incluidas nuevas formas familiares. Las actividades sexuales
son aceptadas en todas sus formas como legítima búsqueda de la felicidad
individual. Esta ofensiva ha resultado
devastadora
para el patriarcado al verse debilitada la norma heterosexual, base fundamental
de su fórmula: mujer sometida al hombre.
Ahora
bien, ¿cómo se relaciona el problema de la familia con el sistema global?
Paradójicamente
uno de los grandes responsables del cambio de las estructuras familiares ha
sido el propio cambio de modelo hacia la Globalización ya que debilitó una de
las instituciones básicas responsable de sostener vivo al sistema patriarcal:
el Estado.
El Estado
ha abdicado de sus responsabilidades sociales y con ello ha liberado de su
tutela a las familias, creando por un lado un daño enorme a en la organización
social y económica, pero generando a la vez las condiciones para el
debilitamiento del sistema patriarcal.
Al
desarticular las políticas sociales y debilitar las formaciones comunitarias y
redes de solidaridad desarma al mismo tiempo las protecciones que permitían la
continuidad de la familia tradicional y la crisis impacta de lleno en la
institución básica.
Por otra parte,
la nueva economía y la nueva cultura están basadas en lo efímero, en el
presente perpetuo y el consumo activo, el pasado está más cerca del olvido que
de la memoria, por lo cual los valores familiares tradicionales son piezas de
museo que tienen poca utilidad para los beneficios del mercado basado en el
corto plazo.
Por ello
quizás la gran contradicción del mercado libre global es que debilita a las
instituciones sociales de las que el capitalismo ha dependido en el pasado,
siendo la familia un ejemplo claro.
CRISIS DEL PATRIARCADO
Por
crisis del patriarcado se entiende el debilitamiento de los lazos de autoridad
que ejerce el hombre adulto cabeza de familia. Es posible actualmente localizar
datos de esta crisis en la mayoría de las sociedades, generando una realidad
diversa y multifacética.
1. La
disolución de los hogares de parejas casadas, por efecto del divorcio o la
separación, lo cual revela el desapego por un viejo modelo familiar que se
basaba en el compromiso a largo de plazo de sus miembros. Si bien puede darse
una repetición de modelos matrimoniales más tarde, los conflictos de lealtades
que esto despierta va debilitando los lazos de autoridad patriarcal.
2. Es
cada vez mayor el número de hogares unipersonales u hogares de un solo
progenitor, en este caso de mujeres luego del divorcio, poniendo fin a la
dominación patriarcal, aunque pueda reproducirse mentalmente la estructura de
dominación en el nuevo hogar en otra figura (la madre como padre)
3. La
frecuencia de las crisis matrimoniales y la dificultad cada vez mayor para
hacer compatibles matrimonios, trabajos y vida individual, relacionados con
otra realidad: el retraso en la formación de parejas y la vida común sin matrimonio.
4. Un
cuarto dato es que en virtud del aumento de la expectativa de vida y las tasas
de mortalidad diferentes según el sexo (las mujeres generalmente sobreviven a
los hombres), surge una variedad creciente de estructuras de hogares.
5. Por
último, en virtud de estos datos de inestabilidad familiar y a la mayor
autonomía de la mujer en su conducta reproductiva van generando una crisis en
los patrones de reemplazo generacional. Cada vez nacen más niños fuera del
matrimonio y se quedan con su madre asegurando la reproducción biológica fuera
de la institución matrimonial. Además, las mujeres con mayor conciencia y
posibilidades suelen limitar su número de hijos o retrasar el primero, dándose
un fenómeno creciente de mujeres que deciden alumbrar hijos o adoptar solo para
ellas.
Todas
estas tendencias funcionan potenciándose unas a otras y todas juntas carcomen
los valores de la familia patriarcal. Y esto no significa el fin de la familia,
sino el fin de la familia tal y como la conocemos hasta hoy que se va
transformando en otros modelos familiares.
Es
importante dejar en claro que la crisis del patriarcado no pone fin a la
institución de la familia, sino que pone fin al modelo tradicional de familia,
ese que tenía como base normativa el compromiso indisoluble resumido en la
frase “hasta que la muerte los separe”.
Según
datos estadísticos oficiales, en la ciudad de Buenos Aires casi el 40% de los
hogares está bajo la “jefatura” de mujeres, hecho que expone claramente el
final del modelo familiar patriarcal, en 1974 este índice era del 23%.
Si se
recurre a las estadísticas podremos observar un incremento de la tasa de
divorcios en los últimos 20 años en todos los países considerados, salvo en los
países árabes, lo cual se explicaría a partir de los procesos de avance del
fundamentalismo islámico en todos ellos, siendo el fundamentalismo un
movimiento para el cual uno de sus pilares es la sumisión de la mujer a un
lugar secundario en la familia.
Los datos
arrojarían incluso números aún más significativos de la separación familiar si
se incluyesen las separaciones de parejas de hecho, que según los estudios
suelen desintegrarse con más facilidad y en mayor número que las parejas
legalmente constituidas.
El
retraso en la edad de matrimonio también es una tendencia casi universal,
especialmente en las mujeres, que en una franja de entre los 20 y 24 años
muestran una baja tasa de casamientos.
El
sociólogo británico Anthony Giddens habla del “amor confluyente” de nuestro
siglo, un amor sin ataduras, reducido a la satisfacción personal y que habrá de
durar mientras esta satisfacción esté presente. Para entrar a una relación de
amor confluyente hacen falta dos, pero para salir de ella es suficiente la
voluntad de una.
Además,
en los países desarrollados se manifiesta una creciente proporción de
nacimientos fuera del matrimonio, siendo significativos los casos de las
mujeres negras en EE.UU. que entre los 15 y 34 años registran una tasa del 70%
de niños nacidos fuera del matrimonio, o en los países escandinavos en donde el
50% de los embarazos se producen en mujeres solteras.
Y es
interesante analizar lo que está pasando en Italia y España, países en los
cuales la tradición de familias patriarcales es históricamente muy fuerte, ya
que si bien se sigue manteniendo esa estructura familiar111 la crisis se
manifiesta en los escasos hijos que tienen los matrimonios produciendo en ambos
países un efecto de tasa de crecimiento demográfico negativo (mueren más
personas de las que nacen). La baja tasa de fecundidad es otra señal del
debilitamiento de la familia patriarcal tradicional.
Si se
hace pues un relevamiento entre los países desarrollados de la Tríada de Poder
solo España y Japón112 aún muestran datos que revelan el mantenimiento de
familias tradicionales, en el resto es un fenómeno en desintegración. En los
países desarrollados más de un tercio de los hogares son unipersonales, hecho
que se refleja en la ciudad de Buenos Aires donde las últimas estadísticas
arrojan un 30% de hogares unipersonales.
En
Estados Unidos apenas el 50% de la población está compuesta de parejas casadas,
a diferencia del 80% de medio siglo atrás, así como el 51% de las mujeres
norteamericanas viven solas, cuando en 1950 esa cifra solo llegaba al 35%.
Este
hecho es nuevo y muy significativo ya que los solteros norteamericanos
constituyen en 42% de la fuerza laboral, el 40% de los propietarios de casas,
el 35% de los votantes y un poderoso grupo de consumidores. Por esta razón
sostiene Z. Barman que el modelo familiar ideal para el mercado parece ser la
no-familia, es decir la existencia autónoma e individual de consumidores sin
condicionamientos familiares.
En
Argentina hay más personas solteras que casadas (15 millones y 10 millones
respectivamente) según el Censo 2010.
Los
hogares son cada vez más no tanto lugares de construcción de unidad como
búnkeres fragmentados y fortificados.
Como
manifiestan Michael Schluter y David Lee “hemos cruzado el umbral de nuestras
casas individuales y hemos cerrado sus puertas, y luego cruzado el umbral de
nuestras habitaciones individuales y hemos cerrado sus puertas. El hogar se
transforma en un centro de recreaciones multipropósitos donde los miembros del
grupo familiar pueden vivir, en cierto sentido, separadamente codo a codo”.
Y aquí
vuelve a aparecer en nuestro análisis el concepto de red.
Palabras
como “relación”, “parentesco” o “pareja” contienen la idea de un compromiso
mutuo, en cambio el concepto de “red”, central en nuestro tiempo, representa un
modelo de conexión y desconexión alternativa.
En una
red tanto conectarse como desconectarse tienen el mismo status e importancia,
porque la red supone momentos de conexión y momentos de no conexión, y ambos
períodos se establecen a voluntad, y ambos son legítimos.
Por esa
razón en nuestra Sociedad Red la idea de una relación “indisoluble” se observa
como una relación riesgosa, mucho más si esa relación indisoluble resultara
además indeseable, en la red ni siquiera tiene sentido la idea de “conexión
indeseable”, en sí mismo contradictoria, ya que los vínculos de conexión se
disuelven antes de volverse indeseables.
Una
metáfora precisa de los vínculos en red son los que se establecen por medio de
la Internet, tan masivos hoy día porque funcionan en la lógica de la
posibilidad de desconectar. Siempre se puedo oprimir la tecla “delete” y nada
hay más fácil que no responder a un e-mail. Podríamos incluso preguntarnos qué
es lo que ha hecho tan populares a las redes electrónicas como vínculo de
relación humana, ¿fue la posibilidad de la conexión o acaso la facilidad para
la desconexión?
El chateo
permite vincularse con “contactos” que van y vienen donde siempre existe
“alguien” con quien intercambiar mensajes, siendo la circulación de mensajes el
mensaje en sí mismo más allá de sus contenidos.
Se trata
de una interacción frenética donde el silencio es muerte y exclusión.
Las
viejas redes seguras de parentesco ya han perdido su certeza de perduración.
En
nuestro mundo de consumo inmediato, soluciones rápidas, satisfacción efímera,
de resultados sin esfuerzo y seguros contra todo riesgo, las relaciones que
involucran compromiso parecen extrañas, ya que este tipo de relaciones requiere
tiempo y persistencia para su desarrollo.
Mientras,
los vínculos de red se debaten entre dos impulsos irreconciliables navegando
entre “los arrecifes de la soledad y del compromiso”, entre el apartamiento y
la asfixia del lazo amoroso.
Los
vínculos de hoy son frágiles, ya no desafían con la arrogancia de su poder
eterno, sino que sutiles y delicados inspiran al abrazo y la caricia con la
única seguridad de saber que cualquier paso en falso los pone al borde la
ruptura.
LA NUEVA FAMLIA
La crisis
del patriarcado, producida por un doble factor: nuevo paradigma económico y
cultural y los nuevos movimientos sociales de género (feministas y grupos de
identidad de género) se manifiesta en nuevas formas de asociación familiar para
compartir la vida y criar a sus hijos.
Como ya
mencionamos no se trata de la desaparición de la familia, sino de su profunda
resignificación y del cambio en su sistema de poder. De hecho, millones de
personas sigue casándose, e incluso cuando la gente se divorcia vuelve a
contraer matrimonio en gran parte de los casos antes de los tres años
siguientes, como sostiene la psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco, “no
hay un modelo, hay varios, pero de todos modos siempre gira en torno a la
familia-pareja”.
La
vigencia de la institución matrimonial se evidencia incluso en el hecho de que
uno de los reclamos más persistentes en la actualidad de parte de los grupos de
gays y lesbianas es el reconocimiento al derecho a contraer enlace. Situación
que ha registrado un formidable avance global en los últimos años a través de
legislaciones que otorgan a estas minorías de género el derecho a unirse
legalmente mediante las llamadas “uniones civiles” e incluso mediante el
casamiento en igualdad de derecho con los de los heterosexuales.
Sin embargo,
la existencia de fenómenos como el de los matrimonios tardíos, la frecuencia de
parejas de hecho y las altas tasas de divorcio y separación se combinan para
producir un panorama cada vez más diverso de vida familiar y no familiar.
Se está
produciendo un incremento sostenido de los llamados “hogares no familiares”,
mayoritariamente conformados por mujeres solas.
Un hecho
llamativo es la proporción de la categoría tradicional “parejas casadas con
hijos” que en los países industriales se ha reducido a solo un cuarto de la
totalidad de los hogares, y si limitamos aún más el concepto tradicional de
familia patriarcal, bajo la categoría “pareja casada con hijos en la que el
único que gana el sustento es el varón” esa proporción baja a menos del 10% del
total de hogares.
En
Estados Unidos solo la mitad de los hijos viven con sus dos padres biológicos,
y otro cambio que se está produciendo en la estructura familiar es el aumento
sustancial del número de adopciones.
En la
Argentina el 43% de las mujeres argentinas de entre 25 y 29 años viven en
uniones consensuales, cuando en 1960 ese porcentaje era de solo 8%.
Todas las
tendencias apuntan a una misma dirección: la desaparición de la familia nuclear
patriarcal. Crece el número de niños que vive con uno solo de sus progenitores,
aumentan los hogares cuya cabeza es una madre sola con hijos, pero también
aumentan aún más deprisa los hogares conformados por padres solos con hijos.
Y aún hay
más datos para tener en cuenta: aumento del número de padres no casados con
hijos, una cantidad creciente de niños que viven con sus abuelos, una
generalización de la convivencia previa al matrimonio.
Uno de
los temas fundamentales de las nuevas familias es el cuidado de los hijos ya
que las transformaciones de la Nueva Economía han generado la incorporación
masiva de la mujer al mercado laboral y por ende pocos niños pueden disfrutar
del cuidado de sus padres o madres durante todo el día.
Según un
estudio de la Universidad de Harvard se espera aún un mayor descenso de los
hogares compuestos de parejas casadas con hijos, y un aumento de los hogares
unipersonales (que estiman llegará a superar estadísticamente a los hogares
tradicionales). El análisis considera que el modelo familiar del futuro es el
de las familias casadas sin hijos, potenciado por efecto de una supervivencia
mayor de ambos cónyuges.
¿Cómo es
la nueva familia entonces?
No podría
establecerse un modelo fijo de familia nuclear para este Nuevo Paradigma como
sí pudo hacerse con la familia patriarcal en el viejo paradigma.
La
diversidad es la regla, aunque pueden rescatarse pautas sustantivas:
Crecimiento
de las redes de apoyo, sobretodo en los casos de parejas separadas con hijos
que vuelven a contraer matrimonio cada uno de ellos, ya que cuando se divide la
carga la red familiar se amplía a ambas familias (la del padre y la de la
madre) lo cual genera una nueva forma de sociabilidad. También se amplían las
redes de apoyo para las madres solas, en este caso conformadas por movimientos
emergentes de la comunidad.